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Exposiciones
- Fernando García
Vino sobre seda
El tiempo es la medida sobre la que Fernando García articula su trabajo. No hay principio ni final, ni etapas ni períodos. Todo va sucediendo. Es el tiempo el que da forma a las decisiones y planteamientos, presenta distintos materiales, alumbra encuentros fugaces y viajes y sugiere la luz y el mar. Ahí tiene lugar la exposición.
Bajo el título de Vino sobre seda, su segunda muestra individual en la galería, su obra traza numerosos recorridos con un solo rumbo. Un viaje que inició hace casi tres años camino a Barcelona y que concluye de alguna manera en esta exposición. Pinturas, instalaciones y esculturas se hacen hueco en un riquísimo imaginario que bebe tanto de las fuentes y las costumbres populares como de la sofisticación y la alta cultura. Dos bancos, ejes centrales del montaje, convierten la muestra en una experiencia contemplativa. Desde ellos la mirada se deposita en unos cuadros realizados con vino sobre seda en los que la técnica ha silenciado la brocha y ha ocultado su huella, en unas esculturas de playa, rebosantes de arena y piedras, y en unas enredaderas flotantes que recrean climas, temperaturas, olores, ecos y recuerdos de lo intangible, de lo que se diluye y nunca está.
Si los mismos juicios y consideraciones que se han manifestado para aproximarse a la obra anterior de Fernando García se reutilizasen de nuevo, el acercamiento a su trabajo, cambiando el lugar y el tiempo, sería muy similar. Hay una poderosa continuidad en su relato. La forma, a primera vista, distingue unos trabajos de otros; detalles que, como extensos mantos cubren la forma para no tocar el fondo.
Así, los ornamentos, los procedimientos y los elementos invisibles, que en su obra son innumerables, obedecen a ejercicios absortos de éxtasis manual y reposadas reflexiones. La metódica técnica, en el polo opuesto a la concepción de lo sublime, es para el artista una herramienta imprescindible a la hora de abordar la dedicación del tiempo. Su trabajo se ordena y se desmonta; se deslocaliza, y a pesar de estar fuertemente condicionado por el lugar, evita ser situado. Cuadernos, apuntes y anotaciones mutan y se intercambian. Juegos y ejercicios, poéticos y prosaicos, banales y trascendentes, mundanos y filosóficos se liberan a través de pistas y recuerdos perdidos.
El viaje y la estancia, piezas clave de su trabajo, hacen ahora referencia a Gautier o a Humboldt, a Joan Miró o a Juan Muñoz, a Cela o a Altolaguirre. Las ideas de unos sobre los otros y de los demás sobre lo propio, el extranjero y el oriundo, es algo de lo que García se alimenta para trazar un relato según gustos, tradiciones, manías y querencias. Una historia llena de anécdotas y leyendas, repleta de sobremesas, puestas de sol y paisajes.
Cuando el espectador parece haber descubierto el motivo o la razón del trabajo de Fernando García, éste vuelve rápidamente a desorientarle. Escurridiza, su obra resbala al análisis y categorización. Como la brisa y el destello, se nos escapa entre los dedos.
Fernando García agradece a C.M. una frase que le dijo después de ver las películas del cineasta gallego D.C. en la Filmoteca de A Coruña. En aquella proyección se encontraban, entre otros, C.R-M., M.B.G., A.C.U. y J.H.