The wonder is here, not there; now, not to be.

Richard Jefferies

En esta habitación el cuerpo es una esponja.

Los colores acarician la retina y la piel como una brisa, como una mano invisible.

Las palabras y las ideas pesan menos, casi no pesan, ondean y se expanden, flotan con fuerza magnética, como si las hubiera pronunciado otro, como si no las hubiera pronunciado nadie.

Los pensamientos se filtran entre tejidos y mármoles, camuflados.

Ya no nos pertenecen.

Sentimos como huyen, como se van esfumando poco a poco, como buscan otro espacio donde existir, con nosotros, sin nosotros.

Rastros de una lógica anterior.

Es como si hubiésemos atravesado una membrana, un muro fantasmal.

Como si hubiéramos aparecido en un cuerpo nuevo y desconocido.

De repente, estamos en otro lugar.

Una burbuja, una bóveda vibrante y ligera.

En este espacio, los colores y los volúmenes son voces que hablan una lengua propia. Un idioma de rumores y hormigueos.

Un lenguaje hipnótico que recorre el sistema nervioso y adormece los dedos y las encías, los brazos y los tobillos.

Dentro de esta membrana, entender es una forma de nadar.

Una manera de desaparecer entre verdes y violetas, entre hilos y sedas.

Caminas, tocas, te tumbas sobre la piedra tibia.

Un vientre y un rectángulo.

Sientes la aspereza del mármol en la espalda.

Un choque sintáctico de temperaturas.

El cuerpo suspendido entre lo que es y lo que podría ser, entre el frío y el calor, entre el sueño y la vigilia.

Es como si durmieses con la mente despierta.

Como dormir con los ojos abiertos.

¿Dónde está, lo que ves?

¿En qué orilla de la realidad?

Un orfeón de texturas te rodea: suaves, en tránsito, mutantes.

En esta habitación eres una red.

Los signos te atraviesan y te conviertes en nudo.

Gabriel Ventura