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Exposiciones
- Secundino Hernández
Pintura
En una suerte de adelanto o anticipación, con cierto carácter pionero, Secundino Hernández (Madrid, 1975) muestra un nuevo cuerpo de obra que a pesar de no significar un punto y aparte en su producción ni la reinvención absoluta de su lenguaje pictórico si constituye un cambio respecto a su obra anterior.
Más allá de los matices y de la habitual evolución de la pintura que cada exposición pretende hacer visible, en esta ocasión, nos enfrentamos a un cambio que radica en el propio hecho de la pintura. Mientras que el tema, esa persecución sin fin hacia todos los interrogantes que derivan del acto de pintar, no ha sufrido cambios fundamentales, la mirada se construye ahora sobre nuevos cimientos inéditos en la obra de Hernández. El gesto ha sido sustituido por la forma; la forma, antes construida por el gesto, ha ido transformándose en forma per se. La geometría, el triángulo, la línea, el círculo y el cuadrado emergen en una superficie desgastada sobre la que el pintor ha ido construyendo una lógica de su pintura que ha marcado su lenguaje estos últimos años. Ahora, el desgaste del lienzo no es exclusivamente el lugar que ocupa la pintura sino el germen en el que flotan, suspendidas, formas más rígidas, esas que han sustituido con consistencia a la gestualidad más orgánica. De esta manera, el gesto, que no la factura, va desapareciendo hasta encontrar motivos estructurales y formales que construyen una pintura más elemental en su composición y que inevitablemente remiten a todos los momentos fundacionales de la abstracción. La huida, quizás inconsciente, desde la subjetividad hacia
la objetividad, como necesidad de pulir y limar la pintura hasta sus conceptos más básicos, obliga a la forma a emerger en su más profunda elementalidad. El objetivismo del cuadrado, la flotabilidad del círculo y la línea y la forma pura, regular y cósmica, hacen de esta exposición una mirada post vanguardista en la que todo el bagaje pictórico que ocupó en su momento el lienzo de Secundino Hernández se radicaliza para después de haber absorbido infinidad de cuestiones temáticas y formales, sintetizarse en la construcción de dos planos muy diferenciados entre composición geométrica, verticales y horizontales, y superficies que alternan blancos puros, lienzos naturales, desgastes, pliegues y recortes. Por primera vez nos encontramos pintura que se cuestiona, como nunca antes lo había hecho, su propia naturaleza. Gesto o forma pura. Expresión u objetividad.
Podríamos afirmar que se trata de una muestra de anclaje histórico: es decir, aquellos elementos que han ido encadenándose de forma discontinua en una historia desordenada de las primeras vanguardias y las vanguardias históricas hasta llegar a la pintura occidental de los años cincuenta, son aquí los puntos centrales del desarrollo de la pintura. El relato se estructura en base a unas formas, a veces depuradas y otras indefinidas, algunas visibles y otras ocultas que van por su propio peso ocupando el lugar principal de la pintura. Reminiscencias africanas, símbolos enigmáticos, figuras geométricas, cuadrados flotantes, elementos en equilibrio, positivos y negativos, el color y su ausencia, juegos lúdicos, reflexiones de discurso, belleza… todo aquello que ha cargado la historia reciente de la pintura sobre sus hombros, surge ahora, en discontinuidad, con la utilización de tres únicos colores (salvo matices y excepciones), y a través de un montaje roto y quebrado, como depuración de la forma residual. Esa que estuvo siempre ahí y que ahora, destilada, decide hacerse visible.