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Exposiciones
- Herbert Brandl
Los árboles españoles nunca mueren
Los árboles españoles nunca mueren es el título de la sexta exposición individual del artista austriaco Herbert Brandl en la Galería Heinrich Ehrhardt.
La alusión directa al tiempo y a la longevidad responde a la importancia que el arte de los bonsáis ha adquirido recientemente en su pintura.
El cultivo del bonsái era en su origen símbolo de eternidad, fuente de culto y puente entre lo divino y lo humano.
Desde hace varias décadas el trabajo de Brandl tiene en la naturaleza su principal referente: ríos, juncos, montañas, animales o cascadas han dado paso a una nueva serie en la que distintos tipos de árboles van ocupando casi por completo la superficie de los lienzos. Para esta muestra el artista ha escogido diferentes clases de bonsáis y sabinas que pinta de memoria, sin una presencia directa del motivo, sin fotografía alguna y sin referencia clara del objeto pintado.
Así, bonsáis pertenecientes a su propia colección, como por ejemplo Hyperion, una secuoya cultivada a similitud del árbol más alto del planeta, o algunos tipos de sabinas propias de la isla de El Hierro, son ahora los motivos principales a los que se acerca su pintura.
Las sabinas emergen, desde sus fondos azulados, de cielos despejados, ocupando con todo su peso y dimensión, el cuadro; los bonsáis, sin embargo, son figuras recortadas en las que son los fondos, en este caso negros neutros, los que delimitan el contorno de las figuras que parecen hacerse un hueco para extenderse en toda su dimensión.
Tanto desde el fondo como desde la superficie, las figuras “pintadas” y las “recortadas”, las que parecen delante del fondo, y las que se sitúan detrás, se expresan mediante un trazo que construye el volumen del motivo pintado. Lejos de una pincelada o factura relamida, “experta” o virtuosa, Brandl, con brochazos que son forma, gesto, composición y ornamento al mismo tiempo, hace hincapié, a través de la técnica y la temática, en un desafío, irónico y puro, a cierta idea de lo “amateur”. Se trata también de una rebelión para nada impostada o prefabricada que combate cierto discurso hegemónico de la pintura ligada a los conceptos de gestualidad o genialidad.
Tras ser uno de los pioneros en el renacimiento de la abstracción en la pintura europea allá a finales de los 80 y principios de los 90, Brandl se ha descolgado de los lugares comunes y ha articulado un imaginario que tanto desde lo formal (con esa idea de gesto, materia o mancha), como en lo temático (la naturaleza, la pintura del natural, el motivo o el tema de la pintura), conlleva multitud de connotaciones.
Alejado de una concepción burguesa de la pintura, del acto de pintar y también del acto de mirar, que conlleva a su vez una intrépida noción del tema de la pintura, de lo que “se pinta”, de que es aquello representado en el lienzo, Brandl, aparece ahora como una figura poco permeable a las tendencias o discursos más homogeneizados.
Tanto su pintura al óleo, suculenta, a veces brusca y otras sensible, como su obra sobre papel o su trabajo escultórico, del que algunos ejemplos hay en Los árboles españoles nunca mueren, exploran una aproximación de origen conceptual a la lógica de la pintura y sus márgenes. Su personal uso del color, entre la intensidad más salvaje y lo analítico y reducido, revela una estructura pictórica arraigada en la abstracción pero que al mismo tiempo, especialmente en los episodios más delirantes y cromáticamente psicodélicos de su trabajo -muy visibles ahora en algunas de sus obras sobre papel-, desarrolla una masa pictórica háptica e ilusionista que se muestra al espectador incómoda en su ambivalencia.