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Exposiciones
- Fátima Moreno
Lengua salada
Fátima Moreno (Granada, 1980) presenta, bajo el título Lengua Salada, su primera exposición individual en la Galería Ehrhardt Flórez.
La muestra, dividida en tres salas, se compone, a excepción de un óleo sobre lienzo y una obra sobre madera, de un numeroso grupo de dibujos sobre papel realizados entre los años 2015 y 2024. Sin respetar necesariamente un orden cronológico, el montaje propone una mirada narrativa y discontinua en la que los distintos conjuntos, agrupados según signos de puntuación, exclamaciones, interrogaciones, asociaciones, modulaciones, tonos y ritmos, dan un nuevo sentido al universo de la artista. El dibujo, y más recientemente un tipo de dibujo más cercano a lo pictórico, ha sido para Moreno, un ejercicio de representación, una escapatoria, una forma de exorcismo, una catarsis y una liberación.
Muchos de los trabajos que ahora cuelgan en las paredes de la galería, pertenecientes a distintos periodos, y que en su origen estuvieron organizados en cuadernos que han ido llenándose a lo largo de los últimos años, conforman no sólo un imaginario personalísimo, sino un lenguaje intrínseco a su vida. Desde esas circunstancias particulares Fátima Moreno explora una práctica artística, la del dibujo, como una pura necesidad. El dibujo es para ella la evocación de un cuerpo en transformación o ya transformado, revuelto, encogido o retorcido. Y ese retorcimiento corporal, interno, se alivia mediante un dibujo que encarna esa sensación. Muchos de sus trabajos responden a la dimensión del dibujo como práctica de transformación interior. No solo intelectual sino física. Literalmente física. Pero no es menos cierto que no en todos los casos sus dibujos son manifestaciones trascendentales, sino que a veces son meras observaciones que, mediante el sentido del humor, proponen un punto de vista frente a un hecho, una acción o un acontecimiento más puntual.
Al mismo tiempo, y al margen del tema, de ese tema obliterado del que hablaba Bataille al referirse a Manet, o al impresionismo y a la pintura moderna en general (ausente precisamente de tema según la interpretación de Bataille), el trabajo de Moreno constituye una experiencia fluctuante, flotante y efímera de la vida. En ese sentido, mediante una práctica que precisamente captura esa experiencia, encontramos algo de los orígenes de la modernidad en su trabajo; algunos personajes más que provenientes de un imaginario andaluz, granadino podríamos decir, muy característico y presente en su obra, tienen un aire afrancesado. Algunos trazos son más propios de una estética caricaturesca a lo Daumier, algunas composiciones, fundamentalmente aquellas en las que la forma ocupa la totalidad de la superficie, se acercan a las obras de Manet, y otras muchas tienen un espíritu próximo a cuando la vanguardia volvió a la forma. Y más allá, en ese dibujar fluido se perciben aún otras referencias: así, por ejemplo, sobrevuela a la vez lo folclórico de los dibujos de García Lorca y la elegancia de los bocetos que Carlos Alcolea recopiló en su fascinante Aprender a nadar. La reminiscencia lorquiana enraíza aquí con una voz andaluza y un folclore que impregna su tono y su espíritu.
El trabajo de Moreno, a veces en relación con una temática donde el dolor y la angustia cobran gran protagonismo, tiene un deje decadente sin dejar de proponer una visión vitalista y optimista. Hablaríamos de un decadentismo moderno, ese que aspiraba de alguna forma a escandalizar a la burguesía y que combina en su imaginario lo sublime y lo diabólico, lo elevado y lo grosero, el ideal (figuras que vuelan, que desaparecen, que son otras) y el aburrimiento (el tedio de la vida solventado con una mano que pinta, que piensa y que discurre). Las obras están llenas de sátira y crítica social e incorporan visiones utópicas de otras posibles vidas, así como escenas más domésticas en las que se representan observaciones sobre pasajes más insignificantes y anecdóticos de la vida.
En todos y cada uno de los dibujos, sean de línea más abstracta o más figurativa, sean más diluidos o representativos encontramos una fuerte huella de un gesto muy propio. Es mordaz y descarnado, y a nivel formal su factura está llena de matices exquisitos y líneas muy sutiles. Los rostros, las expresiones, las formas y posturas de los cuerpos, las manos grandes, las mujeres retorcidas – tumbadas con las piernas abiertas – son excesivas pero verosímiles, y alejadas de toda impostación plantean una noción muy clara y directa de los sujetos y personajes que representan.
En definitiva, Lengua salada mezcla distintos mundos que transcurren por un cauce común. Si a primera vista, el cuerpo de trabajo tiene más que ver con la acumulación y con un cierto tono lúdico, termina por revelarse, lejos del murmullo general, como una voz individual, la de cada obra, que apela a lo más profundo y sincero del ser humano.
Y más que de un lenguaje podríamos hablar incluso de una determinada pronunciación: en la obra de Fátima Moreno no se trata tanto del tema en sí mismo sino del acento, la tonalidad o la clave con la que ese tema se trata. Y es ahí donde se encuentra la autenticidad de una manera, un estilo y una voz tan propias que reinterpretan la universalidad de una larguísima tradición de cultura y conocimiento.