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Exposiciones
- Kiko Pérez
El roce
“El roce” es el título de la cuarta exposición individual de Kiko Pérez en la Galería Ehrhardt Flórez. Cualquiera de los sentidos asociados al término roce sugiere una pista sobre aquello que adelanta el título de la muestra: hay una acción o efecto de rozar o rozarse; hay también señales o marcas que quedan en algo tras haberse rozado con otra cosa; alude a un trato frecuente con algunas personas; y podría plantear una pequeña discusión o enfrentamiento.
El trabajo de Kiko Pérez ha reflexionado, desde la práctica misma, sobre los procesos de producción, el objeto artístico en la lógica del capital y los resultados repetitivos y continuados del trabajo artístico. Respecto al método y a los modos de su práctica, su obra ha mantenido determinadas pautas y claves insistentes, pero siempre el hacer, el oficio y la producción material de artefactos escultóricos y objetos pictóricos con sus manos, en papel o madera, han caracterizado su investigación.
“El roce” presenta varios cuadros recientes de madera sobre madera (fechados todos ellos en 2022), una pequeña serie anterior de obra sobre papel (realizada en el año 2010 y mostrada por primera vez en esta exposición) y una inédita animación gráfica en vídeo que pertenece también a una serie de trabajos más antiguos (2018). Algunos de los temas sobre los que se asienta el trabajo de Kiko Pérez siguen presentes ahora: la sociedad de consumo, los métodos de producción, la cultura de masas, los escaparates o los anuncios publicitarios; pero también el mobiliario doméstico y urbano, la idea de estilo (o la falta de él), el sentido del humor, y el imaginario visual y sonoro de toda una generación nacida en la década de los ochenta que construye parte de su identidad vital en los noventa.
Hasta ahora podíamos establecer o situar en la obra de Kiko Pérez dos universos más o menos determinados que habían discurrido en paralelo. Pero “El roce” supone un punto de inflexión a partir del cual estos universos se entrelazan de forma mucho más natural. Hasta hace poco podíamos distinguir cierta escisión: por un lado, una práctica en relación con una geometría más o menos ortodoxa (muchas veces contaminada por accidentes o fisuras que la situaban en otro lugar lejano a esa supuesta geometría), y por otro, una organicidad muy presente en sus pinturas y esculturas más recientes que mostraban su interés por el cuerpo, el fetichismo, la artesanía, la factura pulida, la suavidad o la sexualidad. Ahora, estas cuestiones que tenían tratamientos distintos, se articulan bajo la misma sombra y el roce de unas y otras impone una nueva y propia lógica material.
El trabajo que el artista ha llevado a cabo desde una perspectiva puramente escultórica con una factura refinada y unas piezas táctiles de proceso lento y laborioso, de texturas y pátinas suaves y voluptuosas, enlaza ahora con su producción pictórica, tanto la que en cierto sentido se sitúa más próxima a una geometría menos íntegra e higiénica, como a aquella otra, de estos últimos años, en la que los presupuestos geométricos se retuercen y las formas anatómicas crecen en los cuadros en relación con temas mucho más bucólicos que los temas urbanos que le habían influido en sus orígenes.
Tanto en lo temático como en lo formal (si es que hubiese distinción) la nueva obra de Kiko Pérez, unida materialmente a la idea de oficio, goce y placer en el hacer con las manos, se formula en parte desde el eclecticismo. En ella encontramos lo local y lo exótico, lo romántico y lo humorístico, el sarcasmo y la belleza; y en cuanto a lo formal hay gesto y purismo geométrico, hay diseño y artesanía, y hay lirismo y cierto deje “brut”. En la distorsión óptica que se produce entre la imagen y la forma, entre la silueta precisa y la mancha desbordada, entre las capas, los huecos hundidos y los contornos frotados, hay cercos, degradados, anotaciones, marcas y roces del proceso que, si bien podían atisbarse en obras anteriores, ahora constituyen per se las operaciones formales que se dan en los cuadros. En la superficie de la pintura, la epidermis que recibe el roce, fregada y restregada, hay mucho de limpieza en esta serie de obras de Kiko Pérez, se compone según la disposición de piezas de madera recortadas, superpuestas y excavadas, y las incisiones que remiten a ciertos automatismos pictóricos, en una suerte de representación cartográfica de islas o accidentes costeros, o, atendiendo a asuntos mucho más mundanos, manchas en el suelo, chicles pegados o formas aleatorias que el artista registra, como diría Peio Aguirre, “no como ornamento sino como materialidad de la forma”.
Del movimiento moderno o Hans Richter a las calles de Vigo y los “Balinesi nei giorni di festa” de Battiato; de la Bauhaus al diseño industrial; de los muebles a los mangos de palas de frontón. Kiko Pérez configura así su trabajo y toda una cultura material que en sentido barthesiano se ejerce no sobre el campo de las ideas sino sobre el campo de las formas.