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Exposiciones
- André Butzer
André Butzer
Desde hace décadas la pintura de André Butzer (Stuttgart, 1973) ha transitado diferentes caminos, y a día de hoy, ya con cierta perspectiva, podríamos ordenarla en periodos, tipos o series, pero pese a su disparidad, toda confluye en un solo y mismo lugar.
Sus primeras pinturas reunidas bajo el título de Expresionismo-Ciencia Ficción, que perfilan sus intereses por la cultura de masas y los anuncios publicitarios; las pinturas que plantean el lienzo como espacio entre el universo y la tierra; sus posteriores trabajos más cercanos a una abstracción a veces más opaca y otras más transparente y finalmente sus N-Paintings, en las que los cuadros van cubriéndose de negro paulatinamente en una manifestación de absoluta negatividad o término y desenlace de todas las imágenes pintadas hasta ese momento, obedecen a la auténtica intención de toda pintura. Todos los cuadros que Butzer ha ido pintando a lo largo de los últimos 25 años, y considerando su verdad, nos dirigen hacia una idea de la pintura como un todo indivisible; una pintura concebida como aquello que sucedió y como aquello que aún está por venir; una pintura como conclusión y como fuente, y cuyas orientaciones convergen en lo que para el pintor es trascendental: las proporciones y las relaciones entre colores y planos y la existencia.
La concepción de Butzer acerca de los elementos de la naturaleza y su representación en la pintura, que en ocasiones responden a su propia imaginación, son alegorías sobre la poesía y el arte del hombre.
Alejada de una lógica estructuralista o del racionalismo moderno, la visión y la poética, entendidos como los principios del arte (sus motivos más puros, la búsqueda de una forma concreta, de una composición o de un tema), se antoja irrelevante frente a una fuerza mayor, espiritual. En palabras del propio Butzer, las imágenes evolucionan, se legitiman y recorren juntas un camino.
Un camino en el que se encuentran Giotto, Rembrandt, Cézanne, Munch, Mondrian, Matisse o Walt Disney pero en el que se ponen reparos a una historia más reciente de la pintura y la política, de un tiempo del que Butzer dice no sentirse parte.
Sus diferentes aproximaciones desde el color, lo compositivo o el tema persiguen la misma verdad pictórica, una incesante búsqueda para descubrir el lugar de la pintura y su esencia, encarnada en el umbral.
Así, tanto los personajes de su pintura, los retratos de mujeres o las abstracciones de líneas y masas de color, cuadros que forman parte de esta cuarta exposición de Butzer en la Galería Heinrich Ehrhardt, plantean los límites pictóricos y un umbral desde el cual, a través de las llamadas N-Paintings (pinturas negras), tuvo que retornar. Y en ese retorno, y gracias a una experiencia pictórica en ese umbral, en el que apariciones cegadoras de luz reflejan una idea total de la pintura, la vuelta a otros temas, a una abstracción de colores, o a personajes femeninos que ocupan sus cuadros, adquiere un sentido verdadero.
Esta exposición, formada por tres nuevas pinturas y una selección de siete dibujos sobre papel, muestra por primera vez un cuerpo de trabajo inédito en la pintura de Butzer. El retrato de una mujer que da cobijo y recoge, frente a la inmensidad del universo planteado en las nuevas composiciones abstractas en las que líneas y cables interfieren y son cubiertos por extrañas masas encarnadas. Así, los retratos no se prestan a una representación concreta. Eso sería lo de menos; la universalidad de esa imagen trata sobre la historia de la pintura y por tanto, según Butzer, sería la encarnación de esta. Otra vez ese encuentro perdido entre el cielo y la tierra, que podría ser también la propia identidad femenina del pintor, una teoría sobre el color y una virgen.
Un asunto esencial sería también la pincelada y la materialidad de la pintura en relación con su idea general. En relación con esto, la figura de Cézanne emerge como una referencia necesaria. Tal y como asumieron muchos de los críticos de la época había algo desconcertante en la pintura de Cézanne y debía de superarse cierta resistencia “para alcanzar la radical extrañeza del estilo cézanniano”. En esa conjunción de la pincelada fragmentada, inacabada a veces, también en Butzer, y la vista panorámica del conjunto se emprende una conquista de la belleza y la armonía, de aquella que surgía de la intensidad cézanniana al margen de cierto inacabamiento en sus obras.
Para Butzer la pintura es refugio y alumbramiento; es existencia y muerte; la historia del hombre y el relato de lo espiritual frente a la cultura del espectáculo. Un reflejo de las ansiedades del mundo y de la crisis de la modernidad; las figuras de la vergüenza pero también de la alegría. Y tal y como se sostenía de Cézanne, el arte de Butzer es el de la vida, ese que recrea lo que irremediablemente está en perpetua transformación.