Hace unos meses, con motivo de la exposición que el Museo Thyssen Bornemisza dedicó a André Butzer, la profesora e historiadora del arte Rocío Robles escribía: “André Butzer es André Butzer es André Butzer…”. Se anunciaba así un camino inequívoco de los propósitos, declaraciones y relatos del trabajo del pintor.

Desde luego esa repetición de su nombre alumbra a una pintura que, planteada como espacio entre el universo y la tierra, alude a la existencia misma, a la poesía y al arte del hombre. Butzer tiene una visión totalizadora de la plástica, la belleza y la estética en correspondencia con las proporciones y con las relaciones entre colores y planos.

Como si el tiempo presente no tuviera relación con él, en su pintura se da una cierta forma de atemporalidad. Sucede en un tiempo suspendido. El mismo que parece dar cobijo a los personajes de sus pinturas que, sin referencias espaciales, flotan en la “infinitud de la planitud y en la saturación del color”.

En esta nueva exposición en la Galería Ehrhardt Flórez se presentan dos tipos de trabajos distintos: por un lado, cuatro grandes pinturas sobre tela pertenecientes a lo que se conoce como “Portrait paintings” y, por otro, un conjunto de ocho obras sobre papel distribuidas en dos de las salas de la exposición. La pintura de André Butzer no representa, sino que convoca. Cuestiona el estatus de la mera representación e interpreta desde un ángulo más filosófico el significado del campo visual. En la visión de Butzer, no hay distinción alguna entre lo figurativo y lo abstracto, todo conforma una unidad bajo la que se reintegran la mayoría de los elementos contradictorios del mundo.

Los Portrait paintings que podemos ver en esta muestra, aunque mantienen algunas de las claves compositivas e “icónicas” de lo que han sido este tipo de trabajos los últimos años, plantean y avanzan ciertas novedades. Las figuras y los fondos articulan en su unión un plano o superficie pictórica plana y sugerente. Dependiendo de las posturas de las figuras que comparecen poderosamente en los cuadros, de la dirección hacia la que miran o hacia donde inclinan sus cabezas, las pinturas parecen tener desarrollos compositivos y estructurales más frontales o más laterales. Las masas de color de las caras retratadas se sitúan, flotantes, sobre fondos de color que, en su unidad, ocasionan mezclas y combinaciones vigorosas, en las que los colores, unos encima de los otros, confunden sus límites, y contribuyen, en su definición y sus fondos planos y firmes, a crear un nuevo tipo de pintura de formas redondeadas y volúmenes aplanados. Los colores que construyen el fondo de estos nuevos cuadros desbordan su propia forma dando lugar a una superficie enladrillada de cubos aplastados con pinceladas y brochazos en distintas direcciones, exuberantes y densas. Intensos naranjas, esmeraldas, azules, rosas y violetas, verdes y amarillos. En este matissiano sistema pictórico, los cuadros de Butzer marcan ciertas constantes en su composición, en las que los colores no solo se yuxtaponen sino que se mantienen separados y equilibrados en la superficie plana de la tela. Existe una relación dramática entre el fondo y la figura que alumbra una nueva forma de abstracción. Las formas y los temas exceden a la individualidad del artista como sujeto: “mis pinturas no tienen nada que ver conmigo” ha llegado a declarar en alguna ocasión.

Fechadas igualmente en el año 2023, las obras sobre papel, de dinámica y ritmo abierto, vertiginoso, se combinan con el espacio más “cerrado”, macizo y firme, de las pinturas sobre tela. En las composiciones coloristas de estas ocho piezas expuestas, vibrantes, llenas de pequeños golpes de pincel, hay una armonía y una coherencia pictórica en la que los colores planos, ahora más mezclados, e incluso a veces disueltos, manifiestan una nueva forma de construcción colorista. La pincelada de estas obras es suelta y ampliamente espaciada. En las pequeñas dimensiones de estos papeles, los toques o manchas de color, aún siendo muy numerosos, no saturan el espacio pictórico, sino que lo liberan; parecen no ocuparlo, y amplían o amplifican el blanco que queda entre las pinceladas casi divisionistas que unas veces tienden a fundirse y otras a aislarse. Como sostenían Matisse y Derain en sus conversaciones que alumbraron el inicio del fauvismo en Colliure, allá por 1905, las pinceladas y los colores están íntimamente relacionados y gozan de una existencia paralela desde el origen mismo, permitiendo así una visión sumamente independiente y libre.

En realidad existe en la pintura de André Butzer lo que podríamos llamar, reinterpretando algunas de las cuestiones fundamentales del primer fauvismo de Matisse, una “factura unitaria” que engendra una manera de ver y pintar casi desconocida. “No hay un lenguaje para lo que hago, lo que intento pintar tiene lugar antes o después de la existencia del lenguaje”.