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Exposiciones
- Guillermo Pfaff
FFFF
Aunque sea de Perogrullo, conviene afirmar que la nueva pintura de Guillermo Pfaff viene determinada por las circunstancias. Podría ser así siempre, pero en este caso, más que en otros, es importante destacarlo porque el conjunto de obras que se presenta en FFFF, la tercera exposición individual de Pfaff en la Galería Ehrhardt Flórez, no se podría haber pintado igual si las circunstancias particulares del pintor y su relación con el tiempo de la pintura hubiesen sido otras.
Los tres conjuntos de obras en la que podríamos dividir FFFF se alejan de dos cuestiones que han sido siempre fundamentales en la pintura de Pfaff: la imperfección y la espontaneidad en la ejecución dan paso ahora a una mayor reflexión sobre la forma, la estética, el procedimiento pictórico y la escala. Es cierto que estos intereses se podrían encontrar también en algunos de sus cuadros anteriores, pero todos ellos habían sido siempre resueltos bajo un método en el que la rapidez de ejecución y lo que podríamos llamar ingenuidad terminaban por ser recursos mecánicos para finalizar la obra con los mínimos medios posibles.
El tema ahora es muy distinto: hay un temple diferente en la mirada y la práctica pictórica. Y aunque las formulaciones propias de pintar sobre una superficie, o la relación corporal del pintor con el cuadro sean parecidas a lo que sucedía años atrás, los ciclos para mirar y actuar sobre un cuadro han cambiado de forma radical. Los cuadros, antes, la mayoría de ellos al menos, se pintaban (se solucionaban podríamos decir) en una sola sesión, mientras que ahora, probablemente porque queden sin solucionarse del todo, requieren muchas más sesiones. Si antes la pintura parecía basarse en determinados conocimientos y límites de lo aprehendido, (pintura reconocida y reconocible para el propio pintor) ahora las obras se reviran y contestan para ser reconsideradas de nuevo. Hay extrañeza en esta nueva serie de pinturas. Muchas de las cosas que suceden en los cuadros no se explican bien ni mediante los procedimientos pictóricos conocidos ni mediante la configuración de formas que componen el cuadro. Y en ese conflicto se da una de las cuestiones más fascinantes de FFFF y de los cuadros que la conforman.
Por un lado, en la sala principal, se exponen cuatro grandes pinturas de dos series distintas. Y en las salas adyacentes, la muestra se completa con otros ejemplos de pinturas sobre telas de color. Respecto al cromatismo, en unos cuadros es vibrante y en otros es disimulado. Los cuadros que aparentemente no tienen color, lo contienen en sus capas inferiores y a medida que el espectador los mira con atención y detenimiento, los colores emergen en varias tonalidades de azules y violetas. En otros, los colores (marrones, morados, rojos y naranjas) son más evidentes y visibles a primera vista y constituyen uno de los elementos principales de la pintura.
En la sala principal la idea es sencilla: cuatro paredes, cuatro cuadros. Tres de los cuadros se componen en base a formas despegadas entre sí que mediante la repetición y variación de patrones cubren la superficie del lienzo. Y otra, en cambio, acumula en el centro del cuadro todas las formas que, desperdigadas, habitan los otros. Estas formas, bien dispersas o bien concentradas, son todo y nada al mismo tiempo. Las figuras geométricas más características de periodos anteriores han dado paso a formas irregulares e imprecisas, torpes si se quiere, que lo son todo en tanto que son superposiciones de formas geométricas y orgánicas que funcionan como modelos de acumulación, y son nada en tanto que perdiendo los límites, desdibujándolos, son pura indefinición. Hay dureza, peso, consistencia y complejidad en estas nuevas masas informes, adversas a veces, con contornos romos y afilados al mismo tiempo, con sedimentos que se dejan entrever entre las capas, se emborronan y tienden a cubrir elementos que se desvelan ligeramente, tales como columnas, capiteles, letras, signos, conchas, espinas, hojas de palma, nubes y formas vegetales. El espacio pictórico se ha llenado de formas mucho más estáticas (sin dinamismo y fuga) donde destaca la presión ejercida sobre la superficie y cómo el color se deposita sobre el lienzo. Hay partes con cierto brillo que se producen gracias a la repetición del gesto y de las capas, y hay otras, mucho más secas, en las que parece que el pincel no da más de sí. La modulación y la presión hace que unas veces los pinceles se hundan hasta marcar los bastidores y en otras, rocen ligeramente la superficie.
En los cuadros realizados sobre telas de color en los que los efectos de la lejía destiñen la tela, y los cosidos y transparencias construyen unas composiciones únicas en la pintura de Pfaff, la pintura se desarrolla por ambas caras. Los cuadros han sido girados en todas sus posibles variaciones y como registro de memoria se leen en distintas direcciones y sentidos, y los propios elementos pictóricos, no solo las formas o las letras, sino la propia pintura, la mancha y la materia, pertenece a distintas caras, lados y superficies. Nubes, triángulos desteñidos, formas más etéreas y firmas muy visibles articulan unas composiciones que tanto en su estructura formal como en sus colores podrían recordar a cierta pintura de los años cuarenta y cincuenta del siglo pasado: Mark Rothko, José Guerrero, Philip Guston o Esteban Vicente. En general, todas las formas emborronadas, cubiertas o parcheadas de cada cuadro conllevan cierta complejidad óptica, y lo pintado confunde aquí-allí, arriba-abajo, dentro-fuera o delante-atrás.
Guillermo Pfaff desconoce el origen de todas estas formas y no sabe bien por qué las realiza. Pero parte de su intención con estas nuevas obras obedece al interés por aprender a ver la belleza de los conflictos y errores propios del oficio de la pintura: todas las cosas que en este sentido le molestan como pintor aparecen en FFFF.