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Exposiciones
die Welt ist noch auf einen Abend mein
Adrian Altintas, Thomas Arnolds, Sarah Bogner, Madeleine Boschan, Andreas Breunig, Jinn Bronwen Lee, Jayme Burtis, André Butzer, Ben Cottrell, Eric P.S. Degenhardt, Thomas Grötz, Philipp Haager, Paula Kamps, Maja Körner, Mehmet & Kazim, John Newsom, Matthias Schaufler, Jana Schröder, David Schutter, Anna Steinert, Frank Stürmer, Mónica Subidé, Alexandra Tretter, Wolfgang Voegele, Grace Weaver, Ulrich Wulff, Josef Zekoff, Jan Zöller
“die Welt ist noch auf einen Abend mein” es una muestra que podría concebirse como alegórica en la acepción más benjaminiana del término. Según Walter Benjamin, la alegoría sería un modo de significación específico, una metáfora continua, una traslación del sentido propio al sentido figurado. No hay relación unívoca entre significado y significante en un modo simbólico, sino una multiplicidad de sentidos. Si en Benjamin la alegoría tiene intensas implicaciones filosóficas, estéticas e históricas, estas se revelan ahora, en la exposición, en forma de relaciones personales.
Reuniendo veintiocho artistas alemanes, españoles, austriacos, británicos, coreanos y norteamericanos bajo un mismo título, que hace alusión directa a un texto del poema dramático “Don Carlos. Infante de España” de Friedrich Schiller, esta muestra colectiva propone una visión subjetiva de lo que podría entenderse como una escena artística.
Alejada de determinados patrones canónicos sobre movimientos, escuelas, generaciones o estilos, estos veintiocho artistas establecen relaciones a través de elementos comunes que podríamos situar en la historia, dispersos, durante las últimas dos décadas.
No hay factores específicos dominantes, estéticos o formales, que unan a estos artistas, sino una multiplicidad de sentidos que articula una constelación ecléctica, heterogénea, íntima y particular. Y quizás sea esa heterogeneidad la que precisamente aporte verdadero sentido, también formal, a una exposición repleta de simultaneidades y sucesiones.
“die Welt ist noch auf einen Abend mein” está llena de formas imaginadas, inscripciones, textos, jeroglíficos, paisajes, figuras, retratos y ojos.
La simultaneidad de fondo y forma, con todas las realidades y significados profundos que esto encierra, podría considerarse un elemento de unión entre las obras expuestas. Si ya de por sí la cuestión de fondo y forma, desde un punto de vista matissiano, es esencial en la concepción de la pintura, aquí, entre las veintiocho piezas que conforman la exposición, el fondo se desvanece y da lugar a la forma, y al mismo tiempo la propia forma construye el fondo de la pintura. De hecho, la exposición en si misma consistiría en ordenar un fondo a partir de la forma.
De esta manera, por enumerar los primeros ejemplos, desde lo trascendental, donde cada cuadro es un nuevo punto de partida del ser, en las composiciones coloridas de las obras de Wolfgang Voegele y André Butzer, o en las más tenues de Josef Zekoff o Ulrich Wulff, orgánicas, figurativas, geométricas o laberínticas, según el caso, el fondo se disuelve en la mancha, y las figuras o las formas se integran, se deshacen o se atomizan en su fondo.
Eso mismo percibimos en otras piezas cuyos motivos aparecen más fijados. Véase los retratos o los esquemas pictóricos de Grace Weaver (sus figuras de perfil y sus alusiones autobiográficas), Mónica Subidé (sus radicales divisiones cromáticas en los retratos), Sarah Bogner (sus caballos invadiendo súbitamente el espacio de la pintura), Paula Kamps (su marioneta de perro irrumpiendo con una mano el espacio del cuadro), o John Newsom (y su águila de pincelada táctil y suave), en los que bien a través de la escisión consciente de fondo neutro y figura, o bien justo al contrario, a través de una figura que construye el fondo, esa dicotomía se hace evidente.
En la vertiente más gestual o de pincelada más extensiva, o incluso más representativa del paisaje, con sus numerosísimos matices y diferencias, a veces más lírica y a veces más expresionista, también se articula lo pictórico (y lo fotográfico) en relación con el fondo y la forma. Las apariciones esotéricas de Maja Körner y sus texturas y superficies ornamentadas, Frank Stürmer y la duplicidad de una nítida imagen fotografiada, Thomas Grötz y el paisaje velado, Philipp Haager y sus cielos descubiertos, Jinn Bronwen Lee y sus lóbregos y tenebrosos óculos que intuyen aquello que no se puede ver, Ben Cottrell y su descarada gestualidad y Anna Steinert y su turbulenta y existencialista inmediatez, seguirían esta línea.
Pero también, como alusión al texto y a las inscripciones, en esa visión alegórica de la multiplicidad de sentidos, la palabra en relación con lo pictórico establece otro recorrido de unión en la muestra. Aquí Eric P.S. Degenhardt, Jan Zöller o Jayme Burtis aportan una visión más misteriosa de los elementos ópticos y textuales. Si bien Burtis lo hace también desde la aproximación a la iconografía del arte urbano, Degenhardt lo hace a partir de una inscripción en la que, con una mínima intervención sobre una pequeña hoja en blanco escrita por su parte trasera, se nos interpela con una reveladora y simple frase: “Quiero decir”; y a su vez Jan Zöller lo hace desde un inquietante y ambiguo cuadro sobre el que se pinta: “Aquí no hay nada que ver”.
Al mismo tiempo el propio soporte pictórico, la forma exterior de la pintura conforma otra manera de establecer relaciones entre fondo y forma. Por ejemplo, en la obra más espiritual y metafísica que ahonda en la esencia del sujeto y la idea de género de Alexandra Tretter, la forma no solo confecciona el fondo sino también el propio soporte, contorno, frontera y forma exterior de lo pictórico. Y en esa línea encajaría también la escultura de Madeleine Boschan, que, abriendo interrogantes desde lo tridimensional, el pliegue, el espacio y el vacío, reproduce mediante la mecánica y soporte de la pieza una extensión formal de lo escultórico.
Pero la muestra está también llena de retratos y ojos, miradas que se cruzan, que nos miran o nos evitan. A Monica Subidé, André Butzer o Grace Weaver ya les hemos citado; Mehmet & Kazim o Matthias Schauffler, serían otros posibles ejemplos. Desde muy distintos imaginarios, los primeros con figuras caricaturescas cercanas al pop o la cultura de masas, y el segundo desde una concepción pictórica más radical donde la deconstrucción del plano y la superficie descubre los estratos y los colores interiores de la pintura, sitúan a sus personajes como latentes faros en el montaje de la exposición.
Finalmente existiría otro grupo en el cual lo laberíntico de la pintura de Jana Schröder, en una vertiente más frenética y de acción, lo utópico de Josef Zekoff, en su concepción más progresiva de unos nuevos horizontes pictóricos, la lucidez gráfica de David Schutter y sus flotantes, borrados y delicadísimos garabatos de lápiz sobre papel, la aproximación al vacío y a la materia de Adrian Altintas, la gestualidad y soltura arrebatadora de los trazos y colores de Andreas Breunig y la minuciosidad óptica de Thomas Arnolds y sus motivos clasicistas de columnas dispuestas sobre vibrantes y rugosas superficies, conforman una visión particular sobre algunas de las cuestiones esenciales de la pintura en las que la propia actividad pictórica se convierte en motivo, forma, figura y fondo.
Y en esa visión extensa y amplia de lo alegórico se suceden constantes desplazamientos en la mirada; algunas de las imágenes, huidizas, pasan rápido frente a nuestros ojos; otras se fijan en la memoria hieráticas e imperturbables. Los cuadros hablan de la vida, del arte y de las ambigüedades de la imagen pictórica. Unos significados son literales y otros permanecen ocultos. Las palabras, las imágenes y los colores tropiezan unos con otros, se atraen, se aglutinan y vuelven a separarse para formar nuevas constelaciones.
Una reunión de abundancia, de ideas y formas, donde emerge precisamente aquello que Felipe II proclama en “Don Carlos. Infante de España” y que da pie a esta muestra: “El mundo es mío por una noche”. Lo es ahora, cuando la pintura, por arte de magia, vuelve a sorprendernos y escapando de las manos del pintor, como acto milagroso, conmovernos de nuevo en este pequeño mundo, que aquí reunido, es nuestro, al menos, por una noche más.