Suscríbete a nuestra newsletter para recibir actualizaciones sobre nuestros artistas, exposiciones, publicaciones y ferias.
Exposiciones
- Emanuel Seitz
Emanuel Seitz
El color y la composición son los ejes a partir de los cuales se desarrolla la pintura de Emanuel Seitz.
Las formas diluidas protagonizaron las primeras series de su trabajo para más tarde construir un mundo de mayor ortodoxia geométrica en el cual los triángulos, los rectángulos o los círculos se encapsulaban entre patrones y estampados. Recientemente las rayas verticales, a veces definidas pero otras muchas inacabadas, han ido ocupando las superficies de los lienzos en composiciones cromáticas muy variadas.
Ahora, para esta exposición, la cuarta muestra de Seitz en la Galería Heinrich Ehrhardt, la geometría sigue siendo el elemento principal de la pintura, pero las formas desplegadas por los cuadros ganan en autonomía y se convierten en los cuerpos con los que arranca una oscilación centrípeta repetida en cada una de las obras. Las formas se orientan ahora hacia el interior de cada uno de los cuadros y a pesar de ser formas discontinuas, fragmentadas por momentos, se produce un constante movimiento circular en base al cual el cuadro se sustenta y rebota sobre sí mismo.
En esa mecánica newtoniana bajo la que se articula el funcionamiento de las piezas pintadas sobre los lienzos, la fuerza de los cuerpos, de velocidad cambiante, fluctúa entre el estatismo de la horizontal o la vertical y una aceleración circular que permite que el cuadro no suceda fuera de sí. Cubiertas por trazos incompletos que dejan a la vista los fondos y los contornos de cada figura, las formas, bien emergiendo desde atrás o bien plantándose sobre el fondo, van ocupando de forma torpe un espacio que parece haber sido construido específicamente para ellas. La factura de los fondos, casi aturdidos, distorsionados, va creando huecos que se rellenan con fragmentos o fichas indefinidas. El uso del color, la armonía entre las partes, la manera en la que cada tono es pintado con una cadencia particular, desde el trazo arenoso al más fluido, remite a un juego elegante en el que las combinaciones cromáticas no responden a cierta idea de la belleza o el confort sino más bien a una armonía en fase intuitiva donde los colores se afectan y se multiplican entre lo homogéneo y lo borroso.
Hay una aparente falta de precisión que sin embargo procede del espacio opuesto: cada pieza ocupa un lugar exacto. En una carta que la secretaria de Henri Matisse, Lydia Delectorskaya escribe a la Tate Gallery de Londres el 30 de marzo de 1976, describiendo el proceso de la obra L’Escargot (1953), sorprende que, bajo esa falsa apariencia de recortes de papel lanzados o distribuidos casi por azar, se haga alusión a la precisión milimétrica que Matisse trasladaba a sus asistentes para situar cada forma en su lugar exacto. Las formas de las nuevas pinturas de Seitz generan como en intervalos, acelerones y parones, una rotación desajustada. Se trata en cierto sentido de una versión alterada del Elementarismo. Theo van Doesburg lo avanzaba ya en 1925: “El Elementarismo trata de llevar los dos factores, estático y dinámico (reposo y movimiento) a una equilibrada relación, así también se esfuerza en combinar esos dos factores elementales, tiempo y espacio, en una nueva dimensión”.
En relación con el tiempo y el espacio, el trabajo de Emanuel Seitz ha respondido con cierta frecuencia a una visión. Las figuras y los colores obedecen a una fugaz aparición que según surge, desaparece. Se “atrapa”. Se produce por tanto una gradación en la que las energías, aquellas que precisamente se refugian en esa idea de visión, desvelan la forma. El color y la composición, como se planteaba anteriormente, no es consciente sino que procede de la vibración o de la pulsión a partir de la que el cuadro se construye.